50 hilos: Entereza

Hematemesis. Esto es, vomitar sangre.

Así llegó a las tantas de la madrugada en una guardia, vomitando sangre. Y nadie que pudiera hacer nada por él o que estuviera por la labor, o que lo viera indicado. Tenía un cáncer avanzado que había invadido la pared del estómago, probablemente eso era lo que sangraba. Mal pronóstico, va a sufrir para vivir un mes más, o menos,  no vamos a mirar, no vamos a coagular si es posible, intensivistas que bajan a darte apoyo moral y hablar con el paciente y la familia de la situación porque es lo único que pueden hacer…

Pero esta vez la reflexión no es para hablar de medicina, ni para hablar (sólo) de un paciente que sufre, sino de quienes sufren con él. De esa guardia me queda, aún intenso a pesar de los meses, el recuerdo de la sala aparte donde informamos a la familia. La mujer de R. llorando, deshecha, después de toda la información que requería la situación, dura y desesperante (ambas, tanto la situación como la información). Quedó rota, completamente, hecha jirones, deshilachada y barrida a un lado, apoyándose en su hijo, aguantando estoico y con fuerza para no derrumbarse él también. Así los dejé, para que pudieran digerir su dolor si es que existe manera  de digerir eso en una madrugada que llega brusca después de haber paseado por el centro de Madrid en transporte público como otro día más. En menos de dos minutos, la mujer de R. entró al box donde estaba para hablar con él, quizá para despedirse. Entró como el viento fresco que despereza por las mañanas, vivaz y primaveral, hablando con voz de arroyo y las manos tiernas sobre la cara de R. con las mayores de las sonrisas, todas diferentes y todas distintas, pero siempre alegres. «Calma, R., todo va a ir bien, ¿ves? Ya ha parado.» La misma persona que había quedado rota en tantos pedazos que no sabría desde cuál podría haber empezado para recomponerse estaba ahí mismo, siendo la única luz en la oscuridad de R. Entera, fuerte, valiente y, sobre todo, alegre.

No sabría hasta que punto es mejor no mostrar los verdaderos sentimientos de uno en estas situaciones, para mí lo que vi fue algo sorprendente, bonito de ver a la par que duro, aleccionante. Tener posteriormente la oportunidad de pasar a diario a saludarlos a ambos una vez ingresados, mientras él mejoraba (le dure lo que le dure, para que puedan seguir yendo, los días que le queden, al centro en transporte público), han sido de las mejores experiencias de mi vida. Ver hasta que punto llega la capacidad de entereza y de entrega de otras personas, hasta que punto se puede ser el apoyo de alguien. Sobrecogedor. A mí, personalmente, me anima a ser más, mucho más fuerte. Pero no para fingir estar bien, sino para tener la sabiduría de dar la palabra que hace falta cuando hace falta, como hizo en su momento la mujer de R.

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