-¡Traédmela!
La orden resonó entre los pilares de piedra. Una miríada de pasos revueltos y asincrónicos dejaron el salón en silencio. La voz de mando, poderosa como era, cruzó los reinos a lomos de caballo, navegando por el río Aluin, esquivando raíces en el bosque de Cadwallon, volando sobre águilas imperiales e incluso a pie. Nadie sabía por qué el Rey estaba tan obsesionado con ella. Los rumores decían que se trataba de un antiguo amor que anhelaba con tanta rabia que aprovechaba su situación de poder para traerla a su lado. Eso decían los rumores aunque, claro, también decían que pretendía esposarla con su hijo, que lo había humillado hacía años y deseaba venganza, que poseía un objeto de inmenso poder, que dicho objeto no tenía poder alguno pero había sido robado, que se trataba de una bruja, que estaba en relaciones con un grupo de insurrectos al Reino y así una larga lista de suposiciones.
Cientos de subordinados y cazarrecompensas salían en su búsqueda cada vez que el Rey se impacientaba y daba de nuevo la orden de capturarla. Era lo normal, las princesas de reinos ajenos servían para ser capturadas o, en su defecto, encerradas en una torre para evitar la otra opción.
Muchos hombres volvían de la búsqueda abatidos por ser incapaces de encontrar a la mujer (abatidos, principalmente porque su orgullo no les permitía considerar el fracaso que suponía el hecho de que una mujer les había ganado en una versión adulta del juego del escondite). Otros no volvían. De los pocos que volvían tras haberla encontrado contaban que se había hecho con el control de un numeroso grupo de gente que la protegía como el escuadrón de un ejército. Ninguno volvía con la princesa.
Tras años de intentos fallidos y siempre el mismo “Traédmela” en grito con la voz rasgada del Rey, el caso llamó la atención de Naaz. Jamás había trabajado al servicio del Rey, tampoco había actuado como un vulgar cazarrecompensas. Los trabajos de Naaz eran valorados en todo el reino de Lim, y en muchos de los fronterizos. Nadie lo contrataba, él elegía sus trabajos. Por primera vez en su carrera de asesino, escogió un trabajo en el que debía traer al objetivo con vida.
En cuanto hubo reunido la poca información que traían de vuelta los hombres que habían fracasado en su misión, se dio cuenta de que quienes se habían encontrado con la princesa daban muy vagos detalles sobre dónde se encontraba y quién la protegía. Sólo pudo sacar en claro dos datos: Parecía encontrarse en constante itinerancia (nadie la había visto dos ocasiones en el mismo lugar) y entre su ejército de insurrectos destacaba un orco que fácilmente podría confundirse con un semigigante por sus desproporcionadas dimensiones, exageradas incluso para los hoscos estándares de su raza.
Decidió iniciar su búsqueda siguiendo el curso del río Aluin pensando que la princesa, de viajar, querría tener siempre agua a mano, por lo que era la ruta en la que con más probabilidad la encontraría. Para muchos de los guerreros y mercenarios que habían realizado el mismo recorrido que Naaz se trataba de un lugar de peligros, alejado de grandes aglomeraciones de gente que espantase a las bestias. Para Naaz sólo significaba un camino hacia su objetivo, las propias criaturas podían leerlo en su aura y muy pocas se acercaron a su barca en todo el trayecto. Apenas habían pasado cuatro días cuando encontró en la orilla sur del río los restos de una hoguera. No era la primera que encontraba cerca del río, pero ésta era diferente. Alrededor de las cenizas aún se podían ver las huellas, que por el aspecto parecían recientes, algunas de ellas de un tamaño que no cuadraba con ninguna de las criaturas con la inteligencia suficiente como para hacer fuego por ellas mismas. Su presa estaba cerca.
Dana estaba lista para partir, llamó a filas a su ejército. Ari Tolr, con su enorme cuerpo cubierto por una pátina verdosa del color del fango, se puso en pie golpeando con su cabeza la rama de un árbol y arrancándola con el golpe, sin darle importancia comenzó a andar, liderando el grupo. Dana se hubiese contentado con que el otro miembro de su “ejército” cubriese la retaguardia, lo más lejos posible de ella, pero sabía que aquello no pasaría con Nan. Nandakishor Haaer andaba a pasos acelerados alrededor de la princesa, intentando mantener su ritmo. Dejaron atrás las cenizas aún humeantes de la hoguera. Hacía meses que no se molestaban en ocultar su rastro, perdían mucho tiempo en ello y eran pocas las personas capaces de seguirlos aún con sus cenizas tibias marcando el camino. La mejor manera de perder de vista tanto acosador obsesionado con capturarla era mantenerse siempre en movimiento.
-¡Eh, eh! Mira mi camuflaje, mira mi camuflaje. -Nan saltaba rodeando a Dana, algo que le ponía de los nervios, mientras le mostraba su cara burdamente manchada del hollín de la hoguera.
-Oh, sí… es un camuflaje perfecto… Si intentaras ocultarte en la sala ceremonial de mi padre seguro que serías como una columna, invisible a todos.
-Sí, una escandalosa columna que no pararía de gritar y saltar- Añadió el orco
-¡Tú calla, moco enorme! Si nos encuentran siempre es porque se te ve desde el mar, por no hablar de lo fuerte que suenan tus pisadas.- Replicó el mediano, enfadado, a la vez que sacaba la lengua. Acto seguido comenzó a toser y dar arcadas al recoger con la lengua las cenizas que tenía por la cara.
-Pues yo sólo oigo tus pisadas. -La voz vino de unos árboles unos cuantos metros por delante del grupo.
Naaz tenía la espalda apoyada en uno de los troncos y cruzaba los brazos en una postura confiada y orgullosa. Ari y Nandakishor se tensaron al percatar la presencia del asesino. El primero preparó la maza, listo para cargar contra la nueva amenaza. Nan, por su parte, se escondió detrás de la princesa, como hacía siempre, para “cubrir la retaguardia.”
No hubo preguntas, no hubo explicaciones, no era el primer hombre mandado por el Rey de Lim, sabían a qué venía, no les importaba un bledo quién fuese. Esta vez los pasos de Ari sonaron mucho más fuerte que los del mediano que temblaba detrás de Dana. Con la maza alzada a la altura de sus ojos, lista para parar si fuese necesario, corrió hacia Naaz y descargó el golpe abriendo el brazo en un semicírculo hacia el exterior. La corteza del árbol crujió y se resquebrajó en el punto en el que el orco había golpeado. Una lluvia de hojas cayó lentamente del árbol sobre el asesino, que se había apartado en el último momento y su espada estaba ya fuera del cinto y lista para hacer sangre. Naaz descargó dos golpes sobre el gigante de piel verdosa a tal velocidad que éste a duras penas pudo bloquearlos con su maza. Ari no encontraba el momento de atacar, cada vez que realizaba una parada, la espada del asesino había encontrado un nuevo ángulo desde el que intentar romper su defensa. Los golpes fueron haciéndole retroceder hasta que estuvo a punto de caer al tropezar con una raíz, consiguiendo apoyar su espalda en uno de los troncos para no caer. Fue el tiempo suficiente como para que Naaz encontrase el momento para ensartar al orco. El grito de Nan mientras corría a trompicones con los brazos en alto hacia los dos contendientes no alteró en absoluto al asesino, concentrado como estaba en la tarea que mejor se le daba, pero consiguió encubrir el sonido del filo saliendo de su vaina. Ari intentó bloquear el golpe. Habría sido demasiado tarde si no fuera porque la espada nunca llegó a completar su trayecto. Del brazo de Naaz brotaba la sangre en el mismo punto en que la daga se había clavado en el momento preciso para desviar el golpe.
El grito del mediano proseguía, acercándose a la carrera al hombre del brazo herido. Con toda la ira de haber sido herido por un inepto, el asesino pateó a Nandakishor lanzándolo contra una roca.
-¡Eh! ¡No te ha hecho nada!- Gritó la princesa.
-Estorba.
Sin dirigir la mirada hacia su futura presa, Naaz reanudó su ataque contra el orco, que había recuperado el equilibrio y estaba listo para el ataque al ver una ventaja en el brazo herido de su contrincante. Con un acopio de fuerza que parecía increíble para su estatura, Nan lanzó una roca sobre su cabeza. El crujido de la piedra al romperse se siguió del sonido seco de un cuerpo al caer sobre la cama de hojas del suelo. Nan corrió a esconderse temiendo más por la ira del orco al que acababa de golpear involuntariamente que por ser la siguiente presa del asesino. Pero el orco no se levantó.
Naaz, sonriendo por su buena estrella, se giró para encarar a la princesa. Se encontró de frente con el rostro decidido de Dana y la el filo de su hoja encarándole.
-Tienes agallas, princesa.
-Tú vas a perderlas, elfo.
Se lanzó al ataque. Sorprendido ante la velocidad de las paradas y réplicas de la princesa, Naaz aceleró sus estocadas todo lo que su brazo herido le permitía. En dos ocasiones acercó lo suficiente su arma como para haber matado a Dana, teniendo que contenerse para que el resultado sólo fuera un rasguño en su piel. Ella se había dado cuenta de que podía haber muerto en aquellos dos golpes y, sabiendo que intentaba no matarla, se acercó más a él entrando completamente en su distancia, generando multitud de oportunidades para ser acuchillada, hasta que se acercó tanto que quedó fuera del alcance efectivo de la espada del asesino. Intentó una estocada rápida con pocas esperanzas, ya que sabía que a esa distancia su espada también sería poco eficaz. A pesar del poco recorrido de la hoja, el asesino se las arregló para pararla con su arma. Naaz intentó retroceder de inmediato tras esa última parada para recuperar la distancia, pero la bofetada de la princesa lo cogió desprevenido. Con una destreza mucho mayor que con la espada, Dana abofeteó la cara del asesino e inmediatamente lo hizo de nuevo con el revés de la mano. Alzó la mano una segunda vez para repetir el movimiento, pero Naaz la agarró con fuerza de la muñeca, apretando para doblegarla a su voluntad. La princesa lo abofeteó de nuevo, en esta ocasión con la mano diestra, que había dejado caer la espada y aprovechó el impacto para liberar su otra mano. El asesino lanzó un nuevo ataque con la espada, pero Dana estaba lo suficientemente cerca como para bloquear su movimiento a la altura de la muñeca con una daga que había surgido tan veloz que parecía haber salido de la nada. Era una daga idéntica a la que se había clavado en el brazo del elfo escasos segundos antes. No había sido el mediano el que había lanzado el arma cuando estaba a punto de matar al orco. Se dejó consumir por la rabia, pero no consiguió nada cuando otro par de golpes de mano abierta y, después, la hoja de la daga apoyada contra su cuello bloqueó todos sus movimientos.
-He matado a más gente por menos.- La voz segura de la princesa decía la verdad.
-¡Espera!- El grito del mediano atrajo la atención tanto de Naaz como de Dana, miraron cómo se acercaba a ambos y descargaba una patada sobre la espinilla del elfo. -Ya puedes matarlo si quieres.
-No se te da mal, has podido con mi guardaespaldas, ¿quién eres?
-¡Eh, eh! Eso no es verdad. No es verdad. Ha podido con Ari porque yo lo he ayudado, ¡yo lo he ayudado!- Nandakishor se arrepintió de lo que acababa de decir en cuanto oyó los gruñidos del enorme orco despertando de la inconsciencia.
-Soy quien te capturará. – Con una niebla de hojas envolviéndole, el asesino desapareció.
Dana relajó el cuerpo, sólo tenía rasguños, era el elfo quien había salido peor parado del encuentro. Se sentó a recuperar el resuello en la roca más cercana.
-Hemos tenido suerte, ¿verdad?- Ari se acercó a la princesa mientras con una mano apretaba su propia cabeza en un intento de mitigar el dolor.
-Y él, él también ha tenido suerte.
-No, él no tenía suerte, él es la suerte.
-¡Oh, por favor! No me digas que crees en esas tonterías que dice la gente. Sí, tiene un nombre, tiene una leyenda, pero no es más que un elfo renegado que se dedica a matar gente en contra de su naturaleza. No hay dioses en su favor como no los hay en el nuestro.
-Pero, señora… es Naaz el…
-Te he dicho que no me llames así…
-¿Naaz?- El mediano se unió a la conversación. -¿Os referís a Naaz el asesino?¿La suerte negra?
-¿Por qué he tenido la mala suerte de viajar con dos idiotas supersticiosos?
-Sí, el mismo, y nos atacará de nuevo hasta que cumpla con su misión. Es un hombre que vive obsesionado por sus objetivos. -Ari respondió a la pregunta de Nan -y no tendrá ningún problema en cumplir su misión si sigue teniendo aliados infiltrados entre nosotros.
Terminó la frase agarrando a Nandakishor por una de las muñecas y lanzándolo con fuerza por encima de los árboles del bosque.
-Hmm… parece que la princesa se ha entrenado en la necesidad de huir de todos los cazadores que la obsesión del Rey ha puesto en su búsqueda. Va a ser una caza interesante.- Reflexionaba Naaz mientras examinaba las heridas en su brazo, no eran muy graves, pero tardarían en curar. -Es interesante la obsesión. Puede convertir a un Rey en un hombre minúsculo agotado de desperdiciar sus fuerzas y sus esperanzas. Puede entrenar a una doncella de palacio para enfrentarse como una igual contra un asesino… y hará que termine capturándola.