Después de mi primer día de huelga se me están removiendo muchas cosas por dentro. Ha pasado ya una semana de huelga de médicos en la comunidad de Madrid, a la cual me he incorporado tras estar esa semana de vacaciones (Vacaciones solicitadas mucho antes de que se conociese, al menos oficialmente, el paquete de medidas en cuestión de sanidad a aplicar en la comunidad de Madrid).¡Qué fácil es vivir la huelga desde fuera! Sólo tienes que llegar por las noches a tu hostal, conectar el Internet y ver todos los vídeos, fotos, propuestas, actividades y organización que se está llevando a cabo. Es muy sencillo: te sientas, lees, te alegras de la buena organización, de lo bien que están llevando, y piensas que la próxima semana te unirás a ellos en su preciosa labor reivindicativa.
Lo que no pensé es que todas esas personas son unos auténticos valientes que llevaban ya cuatro días de huelga cuando y he llegado, cuatro veces lo que y he vivido y que casi me desmorona. Ahí siguen, al pie del cañón.
El comienzo de la huelga ha sido sencillo, muy similar a mi seguimiento de la misma desde lejos: Hablar de lo que se está haciendo, de lo que se va a hacer, de coordinarnos, etc. Pero después, toca informar a la gente de qué es lo que está pasando (o qué es lo que creemos que está pasando) y de por qué hacemos lo que hacemos.
Desde luego hay mucha gente que entiende las reivindicaciones (que no llamaré «nuestras» porque no lo son) y las apoya (otra cosa es lo reactivos que sean a ellas). La otra gente… la otra gente te mina, te insulta, te ningunea, coge tus valores y los convierte en maldad y egoísmo… La otra gente me interesa porque quiero conocer por qué piensan así, por qué hacen así.
Esto ha agrietado mucho mi manera de ver esta lucha, y aquí debo alabar a todos mis compañeros por haber sido unos valientes donde yo he sido un cobarde. Por aguantar de esta huelga lo que yo no leía en mi lejano Internet.
Han podido derrumbarme durante unas horas. Por unas horas, sólo por unas horas, no he visto solución.
Por unas horas me he creído con el poder de juzgar a la gente, valorando si son tal y son cual. Me he enfadado con la gente arreactiva, que es mayoría en este país, gente que tiene como escudo la palabra «utópico» y con eso justifiquen el no arriesgarse para conseguir, no la utopía, pero al menos algo mejor.
Me enfadado con gente que intenta frenarnos argumentando que nuestros objetivos son egoístas. No voy a entrar en la argumentación habitual de que los médicos no habían protestado durante todos los recortes que se les han hecho, al fin y al cabo yo me he encontrado con ellos casi de cara sin saber lo que era no tenerlos. Voy a hablar de egoísmo. Sí, lo digo sin tapujos, mis objetivos son egoístas. Al 100%. A mi poco podría importarme cómo se quede la sanidad, al fin y al cabo en poco más de 4 años seré un especialista y podré largarme del país a trabajar, como dice mi padre, donde me respeten y me paguen. Pero tengo unos motivos para hacer esta huelga: El primero y más egoísta es que me gustaría irme del país manteniendo un mínimo de orgullo por mi nacionalidad (y hablo dándolo por hecho por cómo veo que van las cosas, pero me gustaría que la opción de quedarme en España fuese, como poco igual de aceptable que la de irme fuera). Luego están mis compañeros de facultad, los que aún están terminando, los que mientras se dejan los cuernos estudiando les esperan unos cuantos años de carrera, o pocos, o un examen tan limitante como pueda ser el examen MIR. Muchos de ellos no tienen la facilidad que puedo tener yo para irme, ya sea por las limitaciones idiomáticas, familia, la vida ya hecha, lo que sea. Me gustaría que cuando terminasen, pudiesen trabajar para un sistema de sanidad, como poco, justo. Lo hago por los adjuntos y residentes que he conocido en el hospital, que en medio año me han acogido como si fuese de la familia, que tampoco tienen esas facilidades y que además tienen otras dificultades añadidas, principalmente, por la edad. No lo hago por que conserven su trabajo (que en lo personal me encantaría que lo hiciesen, no lo niego), lo hago porque, no teniendo otra salida, puedan dedicarse a una sanidad que les sea moralmente aceptable, que se rija por principios médicos y no empresariales. Lo hago por los que no pueden huir de este nido de ratas. Lo hago por que aún tengo fe en que la gente cambie, porque aún tengo fe en la gente que viene por detrás.
Si lo hago es porque creo que se puede mantener una sanidad para todos, al menos en España, y ya podrían los demás países imitarnos . ¿Que dicen que es mucho gasto y gente de otros países se aprovechan? Vale, tampoco seamos los gi******as de turno como para que todos los extranjeros lleven nuestras prótesis. Por unas horas, sólo por unas horas, he pensado: «Por mi, que se atienda aquí a todo el mundo y luego se mande la factura correspondiente al país de origen, luego ya que el país se apañe.» Pero vamos, ahorrar dejando que el trabajo que deberían hacer ellos lo haga una empresa… ¿Quieren jugar? Juguemos. Abogo por una gestión privada del gobierno. Ya que ya la hay, al menos reconozcámoslo y quitémonos de en medio sueldos vitalicios, coches de empresa, gente que no acude a su puesto de trabajo… Desde luego gente así hay en todas partes, desde los más altos mandos a los más bajos (e incluso por debajo), pero ni la solución es «que se encarguen otros (cobrando su porcentaje)» ni «como es así, y no se puede cambiar (o cambiarlo es una utopía)…»
Por unas horas, sólo por unas horas, he sentido que pretendíamos ponernos delante de un toro que se abalanza rumbo a un precipicio para salvarlo. Es obvio que nos va a arrastrar con él. La pena es que no es un toro, es una masa de gente que no QUIERE desviarse del camino hacia ese precipicio. Creo que sólo hay tres motivos por los que no reaccionar: porque no puedes, porque no sabes o porque no quieres. En la época histórica en la que estamos es difícil no ser capaz de reaccionar, por lo que o somos una panda de ignorantes o una panda de gi******as. Y me consta que mucha gente ha recibido una nada desdeñable educación como para no saber. Pero estamos en un país de gente que es feliz no viendo, lo que no saben es que con los ojos cerrados la caída duele igual. Estamos en un país donde la principal protesta es salir a la calle entre risas y cantos, con bailes y batucadas, o haciendo ruido con cacerolas en un ambiente festivo y de jolgorio. Un país que ya no conoce medidas efectivas y se permite que se piense «No deben ir tan mal las cosas si nos lo pasamos tan bien.» Quizá sea un romántico y la película de «los chicos del maíz» me dejó muy impresionado, pero creo que el día que no tengamos nada que decir, el día en el que salgamos todos a la calle en silencio porque ya no nos queda nada que decir, ese día sólo nos quedarán actos sin palabras. Que teman.
Estamos en un país de envidiosos. Envidia nos sobra mucha. Usemos argumentos bien, porque nadie en esta lucha (ni en ninguna otra) tendrá toda la razón, pero no usemos argumentos basados en la envidia. No envidiemos que alguien que ha realizado un esfuerzo inmenso cobre lo que debe de acuerdo a eso y de acuerdo a la responsabilidad que tiene. Cosa que, por cierto, no tenemos (y no estamos reivindicando ahora mismo), por ejemplo, lo que yo gano por hora de guardia (hora de mi descanso, de mi sueño y de mi salud) no llega a lo que ganaría por una hora en prácticamente cualquier otro tipo de trabajo. Me cuesta dos semanas de trabajo ganar para sólo uno de los ipads perdidos del congreso, y si les parece que no es mucho, que no se quejen cuando yo piense que dos semanas de mi vida vale más que su vida entera. Al fin y al cabo yo no he sido el primero en poner valor a vidas ajenas. Afortunadamente, estos pensamientos sólo los he tenido por unas horas (los más extremos, otros aún me acompañan).