Cuando oigo la expresión «echar la vista atrás,» imagino invariablemente a alguien en el camino de su vida girándose para mirar todo lo que queda en el pasado. Sin embargo, creo que esa metáfora no es la más acertada. Creo que hacia atrás se mira como quien mira en los retrovisores de un coche: Sólo vemos una porción, sólo vemos desde un ángulo, sólo distinguimos las grandes cosas.
Y aún así, tenemos (o al menos yo tengo) una cierta tendencia a querer fijarnos en detalles y a recrearnos con ciertos elementos que incluso no tienen sentido hoy en día. Es cierto que la perspectiva es la que tenemos y el tamaño del espejo retrovisor es el que es, pero quizá lo suyo sería fijarse en el camino, en todo el camino, en todo lo que vemos.
Al fin y al cabo tampoco tenemos mejor campo visual cuando miramos hacia delante y aún así avanzamos.
Hacia atrás con unos retrovisores, y hacia delante ventanucos pequeñitos, como si lo que condujéramos fuese un tanque. Como tal, máxime si no podemos mirar al suelo, no es de extrañar que con cierta frecuencia y con poco cuidado, aplastemos con nuestras orugas algunas de las flores de la vida.
Por mi parte opino que, ya que tenemos un espacio muy limitado para mirar, lo aprovechemos. Que no ignoremos o hagamos de menos lo poco que vemos, aunque sea por deferencia a todas aquellas cosas que no vemos. Incluso que intentemos forzar la posición de nuestra cabeza con respecto al retrovisor (o el ventanuco frontal) para intentar ver un poco más allá. Es el constante ejemplo de la cerilla en la oscuridad y, ya que no hay solución, al menos seamos conscientes de qué miramos cuando miramos.