Esta historia está basada en una piedra. En una piedra y mi imaginación.
Entré a su habitación para ver cómo se encontraba. Él cada vez estaba peor. Tenía de nuevo dolor y la medicación ya no hacía efecto, al menos había dejado de vomitar. Sin embargo, por cómo sonaban sus tripas, era cuestión de tiempo que empezara de nuevo. Hacía un par de semanas tenía la idea de volver a su país, de despedirse de su madre y de su gente. Hoy de esa idea sólo quedaba un recuerdo.
Sobre su mesilla había una piedra. Una piedra normal y corriente, del tamaño de una mano. Con los bordes redondeados bien podía haber estado en un río, o en el campo, o en cualquier parte. No tenía nada de especial. ¿Para qué tendría ahí una piedra? ¿De dónde habría salido? La biblia y una piedra. Un sujetapapeles un tanto aparatoso como para no significar algo más.
Me imaginé que pertenecía a su país, probablemente a su casa. Era un trocito de su tierra, como era un trocito de su corazón. Era toda su familia y todo el anhelo del viaje que no podría hacer. Me imaginé teniendo por una piedra toda la proximidad de mi familia, a la que no volvería a ver. Todo era la piedra.
Los días avanzaban, él no estaba mejor. Me atreví a preguntarle.
—¿De dónde es esa piedra?
—¿Piedra?¿Qué piedra? —Se sorprendió, buscando una piedra por la habitación.
—Esa piedra, la que está sobre la biblia.
—Ah, esta… —Se sonríe—. Bueno…
—¿Es de tu tierra?
—Sí —Responde sonriente. Una sonrisa que jamás había podido ver antes en su cara—. Me la dio mi madre.
Aquella piedra era todo lo que me había imaginado, era incluso más. Era una carta-piedra. Había oído hablar de ellas, pero nunca había visto una. Me había quedado corto imaginando.
Recordé la primera vez que oí hablar de las cartas-piedra, en la película «Despedidas» (Un film altísimamente recomendable, de Yōjirō Takita), en el que dicen:
«Hace tiempo, antes de que la gente creara la escritura, se enviaba una piedra que reflejaba los sentimientos que tenías. Por su peso y por su tacto, quien la recibía sabía como te sentías. Si la piedra era lisa, se podía deducir que eras feliz; si era rugosa, que estabas preocupado por algo (…)».
Sin querer, le había recordado la lejanía de su familia al preguntarle por la piedra, pero tenía sus emociones al lado. Por un momento, en una situación tan delicada, pudo sonreír sin ataduras.
Me alegro de haber preguntado finalmente. A veces, para ayudar, sólo hace falta la pregunta adecuada. A veces sólo hace falta mostrar interés. A veces, la imaginación no es suficiente.