47 hilos: La gracia de dar las gracias

Últimamente, no sé si por coincidencia o porque realmente se está volviendo cada vez más frecuentes, estoy leyendo muchos textos motivacionales tras una ruptura, cartas a antiguas parejas, explicaciones del cambio que ha supuesto la relación y si ruptura, etc.

Me generan un sentimiento especialmente agridulce. Se basan en preceptos que comparto la gran mayoría de veces, como el poder ser capaz uno mismo de comprender el alcance del valor, la autosuperación… sin embargo la manera de enviar el mensaje me parece un poco fuera de lugar. Muchas veces es un mensaje bajo la forma de acusar dando las gracias.

Creo que incluso para dar mensajes de ánimo, a otros o a uno mismo, no hay necesidad de sentirse superior o mejor bajo acusaciones (ciertas o no) y especialmente si estas pretenden ir disfrazadas de agradecimientos que, cuando resaltan la importancia de la relación pasada, son como puñales envenenados y, cuando no son como puñales envenenados, resaltan la intrascendencia de la relación pasada.

A mí me gustan los mensajes que son coherentes con lo que dicen y lo que transmiten, que si dan las gracias, den las gracias. Que si quieren acusar, lo hagan acusando. Que si quieren resaltar el cambio interno que ha dado una persona, lo hagan sin necesidad de apoyarse en motivos externos. Que si dice que la relación no tuvo importancia, o que la no-relación actual no la tiene, que no demuestre lo contrario con textos cíclicos sobre el mismo tema una y otra vez.

Es cierto que suben el ánimo de cualquiera que lo lee y es fácil que cualquiera se sienta identificado con el texto, pero quererse a uno mismo no necesita de nada más para existir. Soy acérrimo defensor de que la felicidad de cada uno depende única y exclusivamente de sí mismo (con importantes influencias del exterior, por supuesto). No necesito decirle a nadie en tono acusador o soberbio que no es responsable de mi felicidad, mucho menos dando las gracias por «haberme hecho ver qué era lo que no quería y lo mucho que valgo» mientras a continuación se lee el texto no escrito: «lo mucho que valgo como para venderme al precio tan bajo que estabas dispuesto a pagar». No veo nada malo en pensarlo, pero decirlo me parece inútil, lo importante aquí es saber lo que valgo, no atacar a nadie.

Por eso, a la luz de estas lecturas diseñadas para hacer que el lector se sienta mejor y de más valor humano a costa de dañar el valor humano ajeno (aunque sea exponiendo abiertamente el escaso valor que tienen otras personas para nosotros, que podemos pensarlo, pero decirlo no nos reporta absolutamente nada [más que regodearnos en el daño que podamos hacer]), he querido repasar mis relaciones terminadas.

A todas ellas, gracias. Gracias por haber caminado a mi lado en aquellos momentos, en los que eran fáciles y casi caminaban solos sin nosotros mover los pies, en los que eran difíciles y en los que ha ayudado tener un apoyo tan importante, aunque requiriese un esfuerzo grande. Gracias por los esfuerzos, gracias por enseñarme a esforzarme, por descubrir conmigo que los esfuerzos tienen su recompensa y que a veces, más de la que nos gustaría a todos, no la tienen, pero que lo que nunca la tiene es no esforzarse. Gracias por el amor compartido, porque hasta el día de hoy puedo considerar muy pasado como uno muy feliz, y en eso han contribuido mucho mis relaciones pasadas. Incluso si soy un gruñón y me centro en aspectos negativos y a veces remarco lo malo, porque no siempre me es tan sencillo mantener una perspectiva más positiva de los recuerdos, me siento agradecido a pesar de ello. Gracias por haber tenido la sinceridad suficiente para salir de mi vida cuando lo hemos necesitado, para sacarme de vuestra vida cuando lo hemos necesitado, para mantener lazos cuando lo hemos necesitado. Gracias por haberme acompañado en el aprendizaje, independientemente de quién fuera el maestro. Gracias porque a vuestro lado me he amoldado poco a poco en la persona que quiero ser, aunque el trabajo esté incompleto. Aunque el trabajo haya podido recaer sobre mis hombros no quiero dejar de reconocer la influencia que habéis tenido, a veces cargando un poco del peso o aunque fuera solamente acompañando. Gracias por haber sido tan diferentes, haberme mostrado aspectos tan distintos de la vida. Gracias por haber formado y seguir formando parte de mí. Gracias por haber sucedido.

Si leyera un mensaje como este mañana, dentro de un mes, dentro de un año… no creo que tuviera una sensación agridulce. Creo que recordaría lo mismo que con «las otras cartas»: Que valgo mucho, que me quiero mucho, que estoy orgulloso de los caminos que he tomado, aun los erróneos, y por dónde me han llevado. Pero además me recordaría que no tengo culpa que repartir, que no tengo rencor que guardar (que quema y, como todo, ocupa espacio para mejores sensaciones que albergar), que de veras agradezco a mis relaciones pasadas los recuerdos que tengo, que no cambiaría nada del pasado para tener las mismas oportunidades que tengo ahora de elegir el camino de mi futuro, porque aunque no sean mi tesoro, en la confusión de que lo eran, se han convertido en el mapa y la brújula para encontrarlo. Me haría recordar también que, aunque haya un tesoro y tenga un mapa o una brújula, la única manera de llegar allí es moviéndose.

Me gusta caminar rápido, me gusta saltar, me gusta subirme a los bolardos y hacer equilibrio, hacer el mono de vez en cuando. Me gusta hacer lo mismo con la vida. Prefiero soltar esa mochila llena de piedras que es el rencor, la acusación, el darle importancia a lo que nos obligamos a decir que no la tiene (a poder ser, acusando), lo creamos o no. Reconociendo la importancia que tuvieron nuestras relaciones pasadas, dejamos de darles peso o más importancia. Es mi manera de sacar las piedras de mi mochila, para poder seguir corriendo, saltando, subiéndome a bolardos y haciendo el mono sin llegar a cansarme porque cargo con un peso que no necesito. Negando la importancia que tienen abierta y constantemente solo demostraría incongruencia e incapacidad de autoanálisis. En ocasiones soy incongruente, y tengo poca capacidad de autoanálisis, pero esta no será una de esas ocasiones, no más.

Gracias. Pero no gracias por cómo me siento ahora. No gracias por haber supuesto un revulsivo. No gracias por mostrarme un camino que no quisiera volver a tomar. No, nada de eso. Gracias por haber estado cuando estuvisteis, gracias por todo lo que siempre he querido haber agradecido cuando la relación aún no tenía final. Gracias por haber sido humanas conmigo, entablando una relación entre humanos, y por no convertiros ahora en el chivo expiatorio de una comparación inútil entre el «brillante yo de ahora que se ama con locura» y el «yo de antes que no podía ser tan brillante como el de ahora porque no me amaba tantísimo como lo hago ahora, ya que de todo mi amor no me quedaba nada para mí».

El amor es una fuerza centrípeta, existe para que salga al exterior, para que inunde a otras personas, pero saliendo desde nuestro interior. Todo amor que entreguemos recorre nuestro cuerpo antes de alcanzar a los demás. Si no lo hace es porque no está saliendo desde nuestro interior. Yo no quiero acusar a nadie de la diferencia que pueda existir entre el amor que recibo de mí mismo ahora y del que recibía antes. Porque es un problema mío, porque o mi amor no salía del interior, o lo que canalizaba no era amor si creo que nunca me ha tocado. Por eso, culpar a alguien no va a calmar mi decepción personal por no haber sabido amar (en primera, en segunda, en tercera persona) desde el interior, dejando que el amor que entrego a los demás sea un reflejo del que tengo para mí y viceversa. Eso sólo me haría sentir egoísta y ninguna clase de amor lo es.

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