Hoy me he estado planteando sobre cómo aceptamos la vida y la muerte. En cuanto a la primera, es bien sencillo, simplemente estamos en ella, por lo que no es muy difícil de aceptar, pero… ¿y la muerte?
Llevo un tiempo pensando que no deja de ser el cuello de botella por el que todos pasamos, y que saliendo del egoísmo personal de tener a la persona perdida a nuestro lado, cualquier cosa que venga después estará ahí creamos en lo que creamos, así que he tendido a mostrarme bastante relajado con respecto a este tema, porque en lo que a mi respecta sé que está bien y es como debe ser.
Bajo este último punto de vista, no me extrañaría aceptar de una manera tranquila, calmada y reflexiva que la muerte amenace a mis seres queridos. ¿Por qué entonces no lo veo normal ni lógico si se trata de otra persona? Supongo que porque no sé que piensa, y como lo más habitual es acoger la muerte con miedo y desesperación, aceptarla con cierta calma tiende a parecerme un signo de no reconocer su llegada.
El caso es que informé a un anciano de lo delicada que estaba su mujer, mucho. Su reacción fue prácticamente la de un «jopetis, espero que salga adelante,» hasta el punto que me hizo plantearme en más de una ocasión si era consciente de las probabilidades que había de que su mujer saliese adelante. Si existe la posibilidad de que él asuma todo esto como yo, ¿por qué no reaccionar así? ¿Si yo reaccionase así la gente pensaría de verdad que no lo asumo, o que me hago el duro, o cualquier otra cosa? Siempre he creído que tenemos mucho que aprender de la vida, lo que implicaba (algo que yo no sabía), que también tenemos mucho que aprender de la muerte.
«Es curioso que quien siente menos apetitos vitales y percibe la existencia como una angustia omnímoda , según suele acaecer al hombre moderno, supedita todo a no perder la vida. ¿Por qué si la vida es tan mala? Por otra parte, el valor supremo de la vida -como el valor de la moneda- consiste en gastarla – está en perderla a tiempo y con gracia. De otro modo, la vida que no se pone a carta ninguna y meramente se arrastra y prolonga en el vacío de sí misma ¿qué puede valer? ¿Va a ser nuestro ideal la organización del planeta como y inmenso hospital y una gigantesca clínica?»
Ortega y Gasset. El Espectador.
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¡Ajá! Hay mucho dicho (y por decir) de la muerte y como la recibimos, pero generalmente cuando se trata de la nuestra, y del valor que le damos a lo que hacemos con nuestra vida o si la perdemos y cómo… ¿pero cómo asumimos las pérdidas ajenas? Siempre me ha parecido que ser la pérdida es más fácil que perder
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